Nuestro mundo

Nuestro mundo
Del barrio, más que del centro, me acuerdo de sus fronteras. Me veo en la salida hacia el centro de la ciudad, bajo el puente de la RENFE hacia la calle General Elorza y aun me parece ver la cola de gente que se formaba, todos los días, ante la puerta de la casa de Viejo, el curandero que vivía al lado del Bar Cantábrico, que tenía a los pobres sufridores aguardando por las manos milagrosas que aliviaran sus males. Era un sanador famoso, tenía una hermana, América, que vivía en nuestra calle y también arreglaba daños en la articulaciones y los tendones, pero no era tan conocida y apreciada como su hermano.
Frente a la puerta del domicilio de Viejo estaba la terminal de los Ferrocarriles Económicos, los trenes de vía estrecha y allí se podía contemplar a veces un espectáculo impresionante, se admiraba cómo dos obreros en camiseta, que alguna vez habría sido blanca, tiznados y bañados en sudor, daban vuelta, manejando una manivela de la plataforma giratoria, a la máquina del tren. Parecían dos hormigas moviendo a un elefante.
Las fronteras del Naranco
En la parte más alejada de la ciudad, las fronteras las marcaban el Colegio Loyola, la Cárcel Modelo, la carretera de Los Monumentos y todo el valle de Valdeflora, lo que llamábamos el Vertedorio, que era el nombre del regato que recogía todas las aguas de la lluvia y las fuentes de la falda del monte.
Hacia la zona del Loyola estaba la casa de los Longo, el padre era conocido con el apodo de Calzapoco, tenían ganadería y formaban una de las familias numerosas del barrio, eran unos cuantos hermanos y por la cantidad de hijos y por tener ganado, su familia se parecía un poco a la nuestra.
También junto al cole tenía su chalet Amador Boto, representante para la zona del Orange Crush, el primer refresco de naranja que se comenzó a vender en tiendas y bares. El Orange Crush, de alguna manera representaba el inicio de la modernidad. Amador tenía dos hijas muy guapas, María Alvarina y María Ignacia y con él trabajó durante una temporada como repartidor nuestro hermano Pedro.
Tras el Loyola y junto al sendero que ascendía hacia Constante, vivía Baltasar, Saro, que era un leonés al que de mayor le he visto tocando el bombo en alguna de las bandas de gaitas que se comenzaron a formar en los años ochenta del pasado siglo.
Pero las fronteras siempre estuvieron condenadas a ser forzadas por los descubridores y los chavales del barrio teníamos alma de conquistadores.  
Territorios de conquista
Como territorio de conquista el primer territorio a someter era el pequeño barrio de Ferreros, la media docena de casas que estaban detrás de la Cárcel. Así que un buen día nos juntamos unos cuantos chiquillos, Faya, Tono, Jandro, yo… en nuestra base del Prao de los Soldaos y armados para la conquista con tiragomas y pequeños guijarros como armas ligeras y con pedazos de mármol de los restos de la Marmolería Cabal como armamento pesado, entramos, Ferreros adelante, a pedrada limpia en persecución de los chavales de aquellas casas. No recuerdo las causas que motivaron la declaración del estado de guerra. A mí, por suerte, se me acabó enseguida la munición, lo que me permitió iniciar una huida más o menos honorable. Había hecho mi parte y había soltado adrenalina para dos meses.
La hazaña hubiera salido redonda de no haber causado el estropicio de un reloj de pared con una de nuestras piedras, una bala perdida que entró por una ventana de la casa adjunta a la carpintería de Arboleya, (en las guerras siempre hubo balas perdidas, lo que ahora llaman daños colaterales) lo que llevó consigo la intervención de los mayores y la cosa ya no resultó tan gloriosa.
Es lo malo de las batallas, los daños colaterales que dicen los americanos.
Ferreros
La frontera con Ferreros la marcaba el taller de Marmolería Cabal que estaba mismamente detrás del Prao de los Soldaos, a continuación se alzaba la casa en cuyo bajo tenían su taller los hermanos Arboleya y entre las pocas edificaciones de barrio se encontraba la de La Cachonda ¿Guapo sobrenombre, verdad? La de La Cachonda era una casería con todas las de la ley, con vacas, ovejas y toda la pesca.

© Chuso el del Nido. 
Memorias de Ciudad Naranco

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