Nos conocíamos todos


Nos conocíamos todos

Pues aunque las familias fueran numerosas, en cada casa vivía una sola, ya que la mayoría de las viviendas eran de una sola planta y las pocas edificaciones grandes no pasaban de las tres alturas. Lo que no era raro, sino todo lo contrario, era le existencia de realquilados, que ocupaban alguna de las habitaciones de la casa y tenían derecho a cocina. O sea, que tenían derecho a un espacio en la chapa de la cocina de carbón donde guisar su comida.

La mayoría de las mujeres solo ejercían de amas de casa, no trabajaban fuera, de sobras tenían con atender a todo el personal que se movía a su alrededor. Según mis recuerdos, debían ser bastante felices o al menos a mí me lo parecía, aun me suenan en los oídos las coplas y los cuplés que cantaban mientras tendían lo ropa o aireaban las camas, claro que no sé si cantaban de pura  felicidad o lo hacían para encubrir las penas.

Eran años malos

De muchas necesidades y todo el mundo tenía que espabilarse. Mucha gente mayor que provenía de los pueblos, no cobraba jubilación alguna, porque en aquellos tiempos, la gente del campo no gozaba de la cobertura de la  seguridad social, ni existían las pensiones no contributivas ni nada parecido, todo el mundo, mientras podía, tenía que ingeniárselas para poder llenar su plato, así que los que no trabajaban en los ferrocarriles o en la Fábrica de Armas o en las obras, en la construcción o en los comercios y oficinas, atendían el huerto de la parte trasera o se buscaban la vida como Dios les daba a entender.

Había quien trabajaba la madera, quien el hierro, quien criaba chinchillas para vender sus pieles, uno tenía una pequeña fábrica de chapas para las gaseosas: con unas placas de hojalata, una cizalla y un pequeño molde de prensa, elaboraba unas chapas bien curiosas que utilizaban las fábricas de gaseosas, de las que había varias en la ciudad. Había gente que cubría recibos para algunas empresas o para el pago de la contribución a Hacienda, recibos que se pasaban todos los meses de diferentes cosas, por ejemplo, de los comercios que vendían a plazos, otros llenaban sobres con azafrán y pimentón, o con manzanilla y otras infusiones para las farmacias. Había modistas que cosían prendas de ropa o hacían reparaciones, ponían remiendos en los pantalones o coderas en las chaquetas, en bastantes casas apareció un cartel anunciando que se cogían puntos a las medias, ya que cuando llegaron las medias “de cristal” resultaban muy caras, así que cuando se enganchaba algún punto, nada de tirarlas como ahora, se llevaban “a coger los puntos” y aquello era un pequeño negocio que daba unas pesetas a quienes se habían agenciado la maquinita ad hoc.

Los había y digo “los” porque la mayoría de quienes se dedicaban al negocio de tejedor eran varones, lo que por cierto era bastante sorprendente en aquellos años ¡un hombre haciendo ropa! ¡Seguro que era manflorita! Pues eso, que tejían prendas de punto, jerséis, nikis, u otras prendas, con unas máquinas que se hicieron populares aquellos años y que necesitaban de determinada fuerza física para realizar el trabajo.

En general, creo que en el barrio no se pasaban grandes necesidades, casi todos los que allí se asentaron eran propietarios de la casa en la que vivían, lo que significaba un mínimo poder adquisitivo, que si no era señal de gran riqueza, tampoco escondía una pobreza que asustara. 

Chuso y Milio’l del Nido

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