Artesano

Artesano
De los artesanos que desarrollaban su trabajo en el barrio, el que más nos llamaba la atención a los niños era Santos Roldán, El Ganso. El Ganso era propietario de un pequeño taller de reparación de bicicletas y en su taller tenía algunas bicis para alquilarlas a los chavales, algunas de ellas eran míticas: con la Ramper, aprendimos a pedalear todos los chiquillos del barrio imitando a Bahamontes y Loroño. Cuando íbamos cogiendo práctica, pasábamos a La Negra y más adelante, ya nos atrevíamos con las que tenían manillar de carrera y las que tenían cambio de catalina y de piñones…
Como nunca disponíamos de mucho dinero, el deseo de andar en bici no era sencillo de satisfacer, y tener bici propia era un sueño inalcanzable, la única manera de matar el gusanillo era alquilar una bicicleta, si las ganas de emular a los gigantes de la ruta era imposible de resistir. Una de las maneras de conseguir la peseta necesaria para cumplir el sueño era rondar por las cercanías del taller del Ganso y aprovechar la oportunidad que se presentaba cuando alguno de los que había alquilado, debía devolver la bici, al cumplirse el tiempo del alquiler. 
Si la había estropeado en alguna caída o en cualquier pequeño accidente, cosa nada extraña, porque las bicis eran viejas, viejas, él pánico que te entraba, al tener que devolverlas a Santos en mal estado, hacía que estuvieras dispuesto a pagar a quien se atreviese con semejante hazaña.
La operación encerraba sus peligros: te hacías cargo de la bici y desde la entrada del portal del taller, gritabas: ¡Ganso! ¡Ganso! te traigo esta bici ¡oye! ¡yo no te la alquilé, he! Estaba ahí tirada y te la traigo porque sé que es tuya. El Ganso se ponía hecho una furia, te tiraba lo que tuviera en las manos, la llave inglesa, un martillo ¡lo que fuera. “¡La madre que os parió! ¡como coja al h.p.! Tú, como ya sabías lo que se avecinaba, dejabas pasar la tormenta y, cuando se tranquilizaba, alquilabas la bici con la peseta ganada con el encargo. Eso sí, rezando para que no se le rompiera un freno o cualquier otra pieza mientras hacías diabluras con ella. ¡Porque no alquilabas para estar dando paseos como una nena! Y si en esos trances de grandes habilidades deportivas rompías alguna pieza ¿de dónde sacarías la peseta para pagarle a otro que devolviera la montura al Ganso, que sabías que te iba a moler a palos?
De entre la chavalería del barrio que éramos parroquianos del taller de bicicletas, salió Luís Balagué, el gran campeón ciclista profesional del que más adelante hablaremos.
Santos era un hombre simpático y hábil como una ardilla y pese a los gritos que nos daba, tenía un corazón que no le cabía en el pecho.

© Milio el del Nido
Memorias de Ciudad Naranco

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