Los juegos de los niños

Los juegos de los niños
Los niños de mediados del pasado siglo no disponíamos de ninguno de los aparatos electrónicos que ahora abundan, pero a cambio, disponíamos de muchísima más libertad de la que gozan los chavales ahora, quizá el cambio fundamental vino dado por la abundancia de coches actual, lo que lleva aparejado que un infante no puede andar solo por las calles sin un enorme riesgo.
Cuando no había coches, los niños, desde los tres o cuatro años, salían solos a jugar delante de sus casas con los demás críos, sin que ningún adulto tuviera que estar pendiente de sus movimientos.
Los juegos venían por temporadas, la Queda, el Pio Campo, Centinela Alerta, Mula, Cuchillo Tijera Ojo de Buey, el Escondite, la Peonza, las Chapas, Raya, las Cuatro Esquinas, el Cascayu, los Carros de cojinetes a bolas, el Aro, Roma, los Campos Medios, las Canicas y sobre todos ellos EL BALÓN… cuando lo había. Las niñas y los niños  raras veces coincidían, algunas veces a la Queda o a la Gallinita Ciega, al Escondite o al Cascayu, para ellas se reservaba la Comba, el Corro y especialmente las Muñecas.
Vamos a comentar un poco sobre todos ellos.
La Queda
Estoy seguro de que seréis muchos los que recordaréis este juego: Uno de los participantes se “quedaba” en la Madre, que era el lugar desde el que se comenzaba el juego, ese que se quedaba corría persiguiendo a los demás, cuando conseguía tocar a alguno le decía “queda”, en ese momento los dos, perseguidor y perseguido, salían corriendo en dirección a la “madre”, si llegaba primero el perseguidor, cambiaba de lugar con el perseguido, que desde ese momento era el que se “quedaba” para perseguir a los demás. Tengo la impresión que el juego que actualmente los niños llaman el Piya-piya viene a ser lo mismo.
Cuchillo, tijera, ojo de buey
Para este juego se formaban dos equipos que podían tener entre dos y seis componentes cada uno, más otro niño que hacía de “madre”. Este que hacía de madre se sentaba sobre un muro o algún lugar semejante, con la cabeza del primero del equipo al que le tocase apoyada en su regazo, éste primero tenía la cabeza del segundo del equipo metida entre sus piernas por debajo de su culo y en la misma posición debían colocarse el resto de ese equipo. Los miembros del grupo contrario iban saltando sobre las espaldas de los agachados, debían hacerlo cuidando de no caerse, porque si alguno tocaba el suelo, perdían y debían cambiar de posición con los del primer equipo, Cuando ya todos habían conseguido subirse sobre las espaldas de los agachados, el primero de los “jinetes” colocaba, de forma que los viese la “madre”, los dedos formando una de las figuras que daban nombre al juego: un cuchillo con el índice extendido, una tijera con dos dedos en uve o el ojo de buey juntando índice y pulgar y preguntaba, ¿cuchillo, tijera, ojo de buey? Uno de los de abajo contestaba lo que le parecía y si acertaba, tenían que intercambiar la posición los dos equipos, si no era así, volvían a repetirse los saltos hasta que el grupo de abajo acertaba. Era un juego que se practicaba siendo ya de mozalbetes, en el que se ponía en juego la estrategia, la agilidad y la fuerza, los primeros que saltaban tenían que dar un gran salto para dejar sitio a los demás del equipo y era muy importante colocar en el lugar donde fuera a caer el mayor peso, al más resistente, para que pudiese soportar la avalancha de los que se le venían encima, ya que si se descomponía la figura por no aguantar el embate, se volvía a comenzar la operación.
La Peonza, el trompo
Ya sabréis que la peonza es un trompo de madera con un hierro en su parte afilada. Alrededor de este hierro se enrolla una cuerda y sujetando la punta de la cuerda, se arroja el trompo contra el suelo, en el último momento, antes de que acabe de soltarse toda la cuerda, se recoge ésta dando un tirón, para que el trompo gire sobre sí mismo. Cuando el trompo bailaba bien, era un placer recogerlo para que siguiera bailando sobre la palma de la mano, pero el mayor triunfo se conseguía cuando al lanzar tu trompo, lograbas partir el de otro jugador mientras bailaba. Para lograr esa hazaña se contaba con peonzas tuneadas, a las que se les cambiaba el hierro que traían de fábrica por otro que llamábamos de Rosca y Lanza, Menudos llantos cuando de un hierrazo rompían tu peonza a la que le cogías cariño y de la que presumías. Cuando eras tú el que destrozaba la de otro jugador, ponías cara de pena, pero interiormente estabas orgulloso, como si fueras el guerrero que mataba al oso que amenazaba la tribu. 
Las Canicas
Las canicas eran un juego de los más populares entre los niños y era exclusivamente masculino. En cualquier espacio terrero lo más limpio posible, sin hierba, se hacía un pequeño agujero, el guá, que era desde donde se iniciaba el juego, Cada jugador, desde una distancia pactada, lanzaba una canica intentando meterla en el guá, el que conseguía introducir su bola o el que la dejaba más cercana al objetivo, era quien comenzaba la partida. Saliendo del guá tenía que golpear con su canica la de alguno de los contrincantes, desde el pequeño agujero del guá medía una cuarta, después giraba la mano, lo que casi suponía dos cuartas de acercamiento al contrario y apoyando la muñeca de la mano con la que iba a lanzar la canica en el dedo gordo de la mano con la que medía, lanzaba su bolita, que cogía entre dos dedos de su mano, contra la canica del contrario, si acertaba a la bola del contrario se decía “primeras”, con la misma técnica volvía a disparar contra el mismo objetivo, si volvía a acertar era “pie”, si quedaba esa distancia de un pie entre las dos canicas, había un tercer disparo, que se hacía con la mayor fuerza posible, intentando alejar al máximo la bola del contrario del guá, luego había que introducir el banzón en el guá, si lo conseguías te quedabas con la bola del rival, si no era así, tu rival tenía derecho a intentar introducir él la suya y si lo conseguía antes que tú no perdía su canica si no que se quedaba con la tuya.
El juego tenía sus complicaciones, para empezar no todos los jugadores usaban las mismas piezas, había, canicas, aceros, chinas y mejicanos, lo más corriente eran las canicas, los banzones, que eran de barro cocido, los vendían muy baratos y eran los más abundantes, las chinas eran de piedra pulida y se cotizaban por cinco o seis canicas, los mejicanos eran de cristal con bandas de colores, y de un valor aproximado al de las chinas, los aceros, eran los cojinetes de bolas de los rodamientos y eran los de mayor valor ya que las canicas, mejicanos y chinas se compraban en las tiendas, pero los aceros había que conseguirlos en algún taller mecánico y ya no era labor tan sencilla.
Todo ello hacía que el juego tuviera bastante de mercado, porque aunque el valor de cada pieza variaba según su belleza, su peso o simplemente el aprecio que le tuviera su dueño y todo eso obligaba a que antes de comenzar el juego había que aclarar el valor de cada pieza: tu mejicano por ocho canicas, o ese acero por cuatro chinas. Todos disponíamos de unas bolsas de tela que les encargábamos a nuestras madres o nuestras hermanas y en las que llevábamos los tesoros con los que debíamos defender nuestro honor en el terreno de juego.
La Mula
El juego de la Mula consistía en elegir primeramente quien debía hacer de Mula, que consistía en colocarse, doblado por la cintura hasta tocar los pies con las manos y los demás participantes debían ir saltando por encima mientras decían, cantaban, una retahíla, y hacían una serie de figuras, hasta que alguno cometía un error y, en ese momento, se cambiaba de mula, la retahíla comenzaba: a la una pica la mula y la fila de niños debía saltar poniendo las manos en la espalda de la mula mientras con el pie le daban un toque de tacón en el culo, las figuras iban cambiando, a las dos la gran coz, a las tres, tres saltitos yo daré, a las cuatro brinco y salto, a las cinco salto y brinco. Se cantaban como veinte o treinta variantes pero casi nunca se llegaba al final, porque siempre había alguna equivocación al ejecutar la figura, entonces se cambiaba de mula y se comenzaba de nuevo.
Roma
A Roma jugábamos después de las lluvias, cuando el suelo estaba mojado y blando, podía haber hasta cinco o seis participantes, cada uno armado con un palo puntiagudo de unos treinta centímetros, se marcaba un redondel donde se pudiera espetar el palo y que fuese lo suficientemente consistente para que se mantuviera erguido, se sorteaba el orden de tiro y el que iniciaba el juego procuraba hincar bien fuerte su palo, porque los demás intentarían derribarlo con los suyos, se iban lanzando los palos hasta que alguno abatía uno de los palos, entonces el que había conseguido el derribo, cogía el palo abatido y con el suyo lo golpeaba intentando mandarlo lo más lejos posible e intentaba clavar su palo, tres veces seguidas, dentro de la circunferencia, antes de que volviese el dueño del palo derribado, que si conseguía clavar el palo antes de que el lanzador lo hiciese por tercera vez, podía seguir jugando, si no lo lograba, quedaba fuera del juego. Así se seguía hasta que solo quedaba un jugador, que era el ganador.
Últimamente he visto una variante que parece se está imponiendo, con reglas más definidas, es el Lirio Lario, también llamado Billarda en Galicia y otras regiones españolas,  con equipos organizados, se celebran campeonatos, con clubs constituidos y toda la pesca.
El futbol
Al balón jugábamos en cualquier sitio, los lugares más apreciados eran el Prao Villar, donde habíamos preparado el  campo de entrenamiento de Poladura y el Prao de los Soldaos que estaba al comienzo de la calle Antonio Rodríguez, la actual Augusto Junquera, en el solar que ocupan los bloques de viviendas de los nº pares de la calle, pero lo más normal era jugar en la propia calle. Con unas piedras o con los cabases de la escuela o sencillamente con los jerseys de los participantes se marcaban las porterías y sobre la marcha se organizaba un partido de “alcantarillas”, en el caso de que no se juntasen chavales suficientes para formar dos equipos, se jugaba “a centros”, uno de portero, otro centrando con el pie y los demás a rematar a puerta. Un lugar muy apropiado para ello era el cruce de las calles Julián y Manuel Rodríguez, la portería la formaban dos plátanos de sombra de los que adornaban la calle. Aquel lugar tan a propósito tenía un problema, tras la portería estaban las ventanas de la casa de Machín y algunas veces, un remate demasiado violento rompía uno de aquellos cristales y ya teníamos el lío armado, aparte de pagarle el cristal había que escucharle la bronca consiguiente, lo que era  aun peor.
Las dificultades para jugar tanto como queríamos las proporcionaban la escasez de pelotas y balones, que no siempre teníamos. A causa de eso, el dueño de la pelota o el balón, tenía también derecho a escoger su equipo, que siempre era el formado por los más hábiles y por tanto, casi siempre ganaba. 
Normal, las ventajas del capitalista.
Las chapas
Las chapas de las botellas de gaseosa nos servían para organizar unas carreras ciclistas fenomenales. Aprovechando algún pedazo de acera pavimentado, con un pedazo de escayola pintábamos una carretera de unos cinco o seis centímetros de ancho llena de curvas y cruces, los cruces los marcábamos trazando una cruz y el que paraba su chapa sobre ella debía volver a comenzar la carrera desde la salida, si la chapa se te salía de la carretera marcada, volvías a lugar desde donde habías tirado, aparte de en los cruces solíamos poner otros pinchos, que así los llamábamos, esparcidos por la ruta. Ganaba quien primero llevaba su chapa a la meta.
Las chapas había que escogerlas que no estuviesen deformadas, lo más planas posible, para lo que había que abrir las botellas con sumo cuidado, después recortábamos, de algun cromo, la figura del ciclista que nos gustaba, Bahamontes, Loroño, Luisón Bobet, Charly Gaul, Poblet, Coppi, Bartali… a continuación había que recortar un pedazo de cristal a la justa medida del interior de la chapa, para sujetar el cromo y el cristal, se fijaba todo con un poco de masilla de cristalero, con todo ello la chapa ganaba peso y se hacía más estable y se calculaba mejor la fuerza a emplear para que no se saliera de la carretera ni se parase sobre los pinchos, además el peso hacía que los contrarios tuvieran mayor dificultad para desplazar tu chapa fuera con la suya, que era una estrategia permitida.
La mayor dificultad la presentaba la preparación del cristal para que se adaptara a la medida de la chapa, para lograrlo usábamos un alambre doblado sobre sí mismo, en el agujero de la doblez introducíamos las esquinas del cristal y poco a poco íbamos matándolas. Otra manera de trabajar el cristal era usando dos cantos rodados, para golpear con cuidado en las esquinas del cristal hasta conseguir el perfecto ajuste a la chapa. Era cuestión de paciencia y habilidad conseguir una chapa competitiva.
Rayuela - El Cascayu
A rayuela se jugaba en cualquier espacio llano y a ser posible, pavimentado, en él se pintaba, con un pedazo de escayola, un rectángulo dividido en cuatro partes, con otro espacio, también rectangular, adosado por delante y un poco más pequeño, ese espacio delantero se marcaba con el nº uno y los otros cuatro correlativamente comenzando por el más cercano de la mano derecha, dos, tres cuatro y cinco, por último se pintaba un seis ya fuera del rectángulo, por la parte más alejada del uno. Se jugaba tirando desde delante del uno, una piedra plana, la champla, que debía caer en el espacio, primeramente del uno, sin tocar ninguna raya, esa número había que pasarlo, saltando a la pata coja todos los números, sin pisar ninguna de las rayas pintadas. A Rayuela era de los pocos juegos en que podíamos competir niños y niñas, aunque creo que los chavales jugábamos solo algunas veces, era un poco más de las niñas. A veces había que jugar sobre tierra, pero resultaba más aburrido porque la piedra se deslizaba peor, era muy sencillo acertar en el lanzamiento a cada cuadro y nos gustaba menos.
El Aro
Al aro se jugaba haciéndolo rodar con una gancheta, el aro debía tener unos treinta o cuarenta centímetros de diámetro y la gancheta, que era un alambre fuerte, con una doblez en forma de U en la punta, con esa especie de U era con lo que se empujaba y dirigía el aro, la gancheta debía estar adaptada a la altura del piloto. Para que el aro guardase el equilibrio había que darle cierta velocidad y en las cuestas abajo, metíamos la gancheta por el interior del aro, para frenarlo. Organizábamos grandes carreras que algunas veces nos llevaban hasta el colegio Loyola, ida y vuelta o a dar un par de vueltas a la manzana. 
Tampoco era sencillo conseguir un aro, si tenías algún conocido que trabajase en alguna herrería o un taller con soldadura se lo podías encargar, otras veces había que conformarse con una llanta de bicicleta, quitándole los radios o bien aprovechando el reborde de un balde viejo de los de llevar la ropa al lavadero. Todos servían y con todos nos divertíamos.
Estos eran algunos de los juegos más comunes, en aquellos tiempos en que carecíamos de casi todo, nos sobraba la imaginación, así que jugábamos con cualquier cosa y a lo que fuera, muchas veces a repetir las hazañas de las películas que veíamos: a espías, a descubridores, a piratas, a indios y vaqueros…
Las siglas
Con lo que nos divertíamos muy a menudo era jugando con las palabras, buscando significados a nombres comunes, que todo el mundo conocía, pero dándoles significados nuevos, así el Cine ARAMO ¿os acordáis que estaba en la calle Uría? Pues el Aramo, que seguramente tomaba su nombre del dios celta o del monte que separa las cuencas del Caudal y el Trubia, pasaba a ser las siglas de Aquí Robamos A Medio Oviedo. Los autocares de los ALSA, de ser Autos Luarca Sociedad Anónima, se quedaron en Automóviles Ladrones Sacaperres Amontones. De la scooter Vespa, la inventiva popular la dejó en Vosotros Españoles Seréis Pronto Americanos y además, dándole la vuelta a la avispa italiana, Americanos Pronto Será España Vuestra. Para acabar, mi amigo Víctor Vázquez, me recuerda otra que ya se me había olvidado sobre la SEAT y que reza así: Siempre Estoy Apretando Tornillos.
Desde luego había muchísimas más, si a alguno de los lectores les viene alguna a la memoria le agradecería que me las hiciese llegar, para que este rincón de la memoria siga creciendo, que al menos a mí, me regala una sonrisa.
A través del Facebook, mi buen amigo Juanjo Arrojo, el conocido fotógrafo, me hace llegar una definición de las que hacíamos en aquellos tiempos de mediados del siglo pasado sobre algunos nombres de marcas comerciales, como si fueran siglas. Con una foto de una cajetilla de Celtas, el tabaco más barato de los que se vendían con los pitillos ya hechos, cuando nadie pensaba en nacionalismos, ni autonomías ni nada parecido y que recitábamos, Celtas: Celtas Españoles, Libertád, Tenemos Ayuda Soviética.

¿Os acordáis? ¿A que no estaba mal, he? 


© Milio el del Nido
Memorias de Ciudad Naranco


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