Deportistas

Deportistas
Entre los deportistas del barrio merece destacarse la figura de Luís Balagué, el Ladi, que llegó a ser figura en el ciclismo profesional, con victorias sonadas en la Vuelta ciclista a Asturias y en la Vuelta a España y con varias participaciones destacadas en el Giro a Italia y el Tour de Francia.
Luís era muy delgado y Santos, el Ganso del taller de bicicletas, que era su mentor y al que le parecía que la delgadez le venía por la parca comida, lo animaba a que, aprovechando sus entrenamientos ciclistas,  apañara por las huertas tomates y lechugas o lo que encontrara de camino: Mira, cuando veas alguna huerta con fruto, aunque haya gente cerca, haces como que vas a hacer tus necesidades, finges que te bajas el calzón y en un segundo  apañas unos tomates o un calabacín, unas zanahorias, o lo que sea, que las verduras tienen muchas vitaminas. 
Contaba que, aunque el dueño estuviera vigilante, si andaba listo, siempre encontraría la manera de llenar el buche. Un día en que el Ladi entrenaba con su bici junto al colegio Loyola, vio en la huerta de Calín, el lechero, unas lechugas que estaban en su punto, pero la madre de Calo estaba atenta, vigilando desde la ventana, al tanto de la presencia sospechosa del ciclista. Pues nada, de lo más sencillo, hice como que no la veía, tiré de cinturón, bajé los pantalones como si fuese a poner el huevo y antes de que diera tiempo a la menor sospecha ya tenía un par de lechugas en la bolsa, nos contaba después bien orgulloso.
Balagué llegó a ser lugarteniente destacado de Pérez Francés, que era el mejor ciclista español de la época, pero a Luís le sobraba fuerza y clase para ser un gregario normal. En cierta oportunidad me contó Errandonea, un ciclista vasco famoso en aquellos tiempos y con el que coincidí una noche en una terraza de la Plaza del Paraguas, que en una etapa del Tour, en los Pirineos, subía escapado el Toumalet entre la niebla, cuando lo adelantó Balagué, que llevaba a su jefe a rueda, los perdió de vista y siguió escalando las duras cuestas del mítico monte, en fin, aun iba tercero, pero un par de kilómetros más arriba, de entre la niebla surgió Balagué, que bajaba como una flecha, no entendía nada ¿Qué hacía aquel loco, descendiendo lo que ya había subido? Se aclaró poco después, cuando lo volvió a adelantar Luís, que llevaba a rueda al líder de otro equipo, que le había ofrecido dinero a cambio de su ayuda.
Cosas de Luís, que ya tenía fama, en sus tiempos de aficionado, de que, en las carreras que se organizaban en los pueblos y barrios los días de las fiestas, como era el mejor, le vendía la victoria al que veía más capacitado para quedar segundo, a cambio de la mitad del dinero del primer premio, quedando él segundo, con lo que cobraba la mitad del primer premio más lo del segundo, o sea quinientas pesetas por la mitad del primero, más las ochocientas del segundo, total mil trescientas. Niños, son negocios y la vida estaba muy dura.
Los Poladura
Los Poladura, con Pinichi y Figueroa, eran las grandes figuras del mundo del balón en el Prao de los Soldáos, que lo mismo servía de polideportivo que de centro cultural, de taller de remiendos o lugar para varear la lana de los colchones, sacar guisantes y fabas de sus vainas, tender la ropa, pelar las patatas y tomates del próximo condumio familiar, servir de cuadra para los caballos percherones de Castejón, el mayorista de coloniales, o de las vacas y ovejas de los demás vecinos e, incluso, de prado de la fiesta del barrio, que entonces, no sé por qué, estaban dedicadas a San Agustín.
Para todo servía el Prao de los Soldáos. Así llamado, porque allí había una cuadra semi abandonada del ejército. Aquel sí que era un Prado multiusos y no me extiendo más sobre sus funciones porque no acabaría.
Los Poladura eran diferentes en casi todo, su familia era más distante que las demás, el padre era encargado en Vigíl Escalera, la empresa de materiales de construcción que tenía su local en la calle Almacenes Industriales, la ropa que usaban era más a la moda que la que gastábamos los otros niños de la vecindad. El mayor, Miguel Ángel, parecía un señorito de la Calle Uría, Kaki, el menor era más sociable para el resto de los mortales y solo destacaba por su porte atlético, aunque un verdadero atleta de nivel internacional era Miguel Ángel, que ganó el campeonato nacional de salto de longitud en la categoría de escolares y su salto de 6,89 metros fue record de Europa Junior durante veinte años, por encima de rusos, alemanes, ingleses y todos los demás países europeos y eso cuando en España el atletismo era un erial.
El Prao de los Soldáos recibía ese nombre porque en él había un destacamento de militares, que tenían allí una cuadra y era donde los infantes del Milán guardaban las mulas. Uno de los recuerdos que conservo de aquella cuadra es el del sabor de la algarroba, que los niños robábamos de los que las mulas dejaban en el pesebre, tenía un sabor curioso, distinto a todos, agradable, a veces me viene ese sabor, que nunca más caté, a la memoria gustativa.
Para entrenar los saltos de longitud de Miguel Ángel, construimos un foso en el Prao Villar, que era bastante llano y más recogido que el de los Soldáos. El Prao Villar era la frontera natural entre la Ciudad Naranco y la Colonia Astur, estaba contiguo a la Centralilla de Hidroeléctrica, donde años después se construyó el edificio que albergó la Parroquia de La Merced, lugar cotizado por los chavales de los dos barrios y campo de batalla a pedradas, muchísimas veces, para conquistar el derecho de su uso como campo de futbol. Entonces todavía la parte más cercana a la vías de RENFE y hasta la carretera de la Centralilla se llamaba Colonia Astur, nombre que se perdió al constituirse la Asociación de Vecinos de Ciudad Naranco, en el año 1975 y que englobó, bajo ese nombre, a los dos barrios.
El foso de los saltos se construyó cavándolo con un palote y rellenándolo luego con arena para amortiguar las caídas, arena que fuimos aportando entre todos, sustrayéndola de las obras del contorno, alguno de los que participaron en el acopio eran analfabetos que ni siquiera podían enterarse de las hazañas deportivas de Poladura que publicaba la prensa del Movimiento. Mientras Miguel Ángel saltaba, los demás mirábamos asombrados los vuelos y la brigada de obras que habíamos formado iba recreciendo el foso, que se iba quedando pequeño, sobre todo de la que cortaron el Prao Villar para abrir la caja de lo que ahora es la calle Torrecerredo y que entonces se llamaba Aniceto Rodríguez.
El éxito del foso atlético solo fue comparable al de Chelo, la hermana de la Nena. La Chelo era una real moza que ganó el concurso de Mis Casera de Oviedo, concurso que la popular gaseosa patrocinaba para fomentar el consumo de su producto, en tanto acababa con las pequeñas marcas de gaseosas de toda la vida: La Espumosa, La Panera, La Pitusa y todas aquellas. La Chelo, que llamaba normalmente la atención por lo guapa, cuando ganó el concurso ya fue el acabose. Todo el barrio presumía de tener la chavala más guapa de Oviedo.
Miguel Ángel Poladura era la figura deportiva más popular del barrio, además era un chaval que compraba todos los días prensa de Madrid y Barcelona, lo que nos hacía pensar que estaba al borde de recibir el Premio Nobel. El hermano menor, Kaki, fue novio muchos años de La Nena, la hermana pequeña de La Chelo, cuando llevaban diez o doce años de relaciones, un buen día, sin más ni más, lo dejaron, sin que nadie conociese ninguna razón para ello, en un barrio donde todos sabíamos todo de todos, resultaba sorprendente, ni un solo comentario. Claro que tampoco extrañó demasiado. Eran cosas de los Poladura.
Figueroa y Pinichi
Figueroa era hijo de un funcionario de prisiones, vivían junto al Loyola y jugaba de extremo, era rápido y habilidoso como una ardilla, era muy admirado por los más pequeños que apreciaban la velocidad, el regate y el peligro que llevaba a la portería contraria.
Pinichi vivía al lado de los Cabal, los periodistas, era hijo de Veneranda y Nicasio, que trabajaba en los ferrocarriles y era natural del valle de las Luiñas. Pinichi jugaba de defensa central o medio, tenía muy buena estampa, era de los que levantaban la cabeza, observaban como se desmarcaban los compañeros y lanzaba peligrosos pases largos. Destacaba por ser un estilista y no de los de patadón adelante y que sea lo que Dios quiera.
Las motos
En el barrio había pocos vecinos motorizados, fue a partir de los años sesenta de la que empezaron a llegar los SEAT 600,  cuando comenzaron a verse circular por las calles vehículos a motor, antes de eso era raro encontrarse con algún cacharro motorizado. Debido a eso, los que tenían moto, destacaban. 
Frente a nuestra casa, el funcionario de Usos y Consumos tenía una Montesa, pero el gran motorista del barrio era Parugues, que vivía detrás de la Centralilla de Hidroelétrica del Cantábrico y competía en carreras que se disputaban en algunas villas en fiestas, sin embargo, la figura del motorismo asturiano era Atorrasagasti, un chaval de Gijón que llegó a Campeón de España en la categoría de 125 cc varias veces. 
Años más tarde, ya en los sesenta, destacó mucho Santiago Fernández, que participó más de una vez en las veinticuatro horas de  Montjuich, con buenos resultados ¡y menudo mérito! Santi, alguna vez me lo contó él mismo, para participar en la prueba barcelonesa, tenía que salir de casa el día anterior, montado en la moto en la que iba a competir, participar en la carrera y al terminar ésta, volver montado en la misma burra ¡cerca de sesenta horas en moto en tres días! Eso era ser un deportista heroico y lo demás son cuentos.

Cachito

Enfrente del garaje de Manolo Carreras vivían los Montes, eran una familia de las de antes, ocupaban el mismo piso el matrimonio, su hijo y la hermana soltera del ama de casa Lola, una mujer grande con remango. El chaval, Ricardo, estudió para maestro y jugaba el hockey sobre patines en el Cibeles, no se trataba de un equipo cualquiera, era el Cibeles que había ganado la final de la Copa del Generalísimo en Salamanca, contra el Barcelona nada menos.

En la cancha Ricardo se convertía en Cachito y tengo entendido que gano este apodo porque se parecía jugando al fenómeno catalán, precisamente del Barça, Cacho Ordeig, muchas veces internacional en la selección española, había quedado Campeón del Mundo y de Europa. Ricardo jugando se parecía a él, ya le quedó para siempre lo de “Cachito".

Esta familia se fue a vivir a Avilés cuando empezó Ensidesa y desaparecieron del barrio. A Ricardo lo tengo visto algunas veces por Pola de Siero, pues se había casado con Carmen, también maestra y además polesa. Siempre cuando nos vemos, se nos pinta una sonrisa en la cara y echamos con gusto la parrafada. La Ciudad Naranco imprime carácter.



© Milio y Chuso, los del Nido.

Comentarios