Ciudad Naranco

La Ciudad Naranco
La ciudad Naranco a finales de los años cuarenta y primeros de los cincuenta del pasado siglo XX, era un territorio de frontera, con sus calles perfectamente alineadas y con muchos de los solares ya edificados, no obstante, por allí aun quedaban espacios vacios, donde la imaginación de los niños podía volar por mundos desconocidos.
Los matrimonios que habían comprado las casitas recién construidas solían ser bastante jóvenes, pero la composición de los grupos familiares que allí se instalaban no se parecía a las familias de ahora, que al piso nuevo va a vivir el matrimonio recién casado, que como mucho está esperando un hijo. En aquellos años, a las casas nuevas solían llegar unas familias mucho más numerosas, venían de los pueblos a la capital con abuelos, padres, hijos y nietos y hasta algún primo o sobrino, cuando no con cualquier otro pariente. No era nada habitual la familia de hijo único, aunque alguna había. Muy a menudo las familias eran numerosas ¡o numerosísimas!
El origen del barrio
Debemos hacer constar que la Ciudad Naranco fue un invento de Don Julián Rodríguez, creemos que Don Julián era de origen castellano y un adelantado para la época, diseñó las calles a tiralíneas, con lo que quedaron unas manzanas bien trazadas, pero de aquella, los urbanistas que le dibujaron los planos, si es que fueron urbanistas quienes los trazaron, no pensaron en dejar espacios libres, ni para parques ni para ninguna otra dotación social. Las calles a tiralíneas y las casas como churros, todas iguales: ocho metros de frente por cincuenta de fondo, y en esos cuatrocientos metros cuadrados se construía la casita, se dejaba un jardincito delante separando la construcción tres metros de la acera. Tras la puerta un pequeño hall, que casi no merecía el nombre por su pequeñez, y un pasillo hasta el patio de atrás, a mano derecha la cocina, seguida de un cuarto de baño y una habitación, a la izquierda dos huecos más y se acabó. En el hall casi todas las casas tenían un espejo en la pared y bajo el espejo una mesita donde reinaba la bola de nieve con la Virgen de Covadonga.
El patio trasero tenía los ocho metros del frente y como treinta y cinco de fondo. Ese patio cada uno lo aprovechaba como podía, en la mayoría de los casos se usaba como huerto, donde se cosechaban las verduras y hortalizas para el consumo familiar, pero ese espacio podía convertirse en taller para cualquier oficio, en nuestro caso, como nuestro abuelo había comprado dos parcelas, allí se instaló la fábrica de lejía y unos cuantos tendejones entre los que se incluía la cuadra para los animales. 
Las casas
Las casas ya os digo que solían tener un huerto en la parte de atrás, donde se sacaba la cosecha de patatas, fabas, verduras, zanahorias, cebollas, ajos… y en muchos casos, allí se criaba algún animal que completaba las necesidades proteínicas del grupo familiar: gallinas, conejos, patos, cerdos, muchas tenían perro… y bichos más raros, ¡hasta águilas y monos titiriteros se tienen visto por aquellos patios!
Tampoco se distinguían las casas por estar levantadas con grandes medios ni con demasiadas comodidades, los materiales utilizados eran baratos, el ladrillo, doble o sencillo en paredes y tabiques, la teja árabe, la madera de pino. Como no existían los aparatos electrodomésticos, en una ventana orientada al norte, un cajón protegido con tela metálica servía para mantener la leche fresca, con el fin de que no se cortara y la tela metálica la protegía de moscas, pájaros y ratones.
El calor del verano se combatía abriendo las ventanas de la parte sombría y el frío del invierno era cosa de la cocina de carbón, la cocina Bilbao, que se complementaba con el bombo para el agua caliente que utilizábamos para bañarnos. Sobre la chapa de la cocina, aparte de la perola donde se guisaba el condumio diario, se colocaban las dos planchas de hierro con las que se planchaba la ropa, siempre eran dos, mientras planchabas con una, la otra volvía a calentarse sobre la chapa, para volver a utilizarse al ir enfriando la primera. Y es que aun no se había inventado lo de que la arruga es bella.
La chapa de la cocina se limpiaba con una arena y unas piedras especiales que se vendían en las tiendas de ultramarinos como decíamos de las del barrio, en el centro de la ciudad había otros comercios mejor surtidos, esas eran llamadas  “de coloniales”.



© Chuso el del Nido
Memorias de Ciudad Naranco














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