Abriendo horizontes

Abriendo horizontes

Al ir haciéndonos mayores, el barrio, casi sin darnos cuenta, se nos fue quedando pequeño, buscábamos otras metas y la salida normal era Oviedo, la ciudad entera, rompiendo el corsé de los límites de la Ciudad Naranco. En el barrio todos los chavales teníamos muy claro que éramos cuestión aparte, íbamos a Oviedo, bajábamos a Oviedo, para nosotros la capital era un sitio cercano, pero no era nuestro mundo. Cuando nos íbamos haciendo un poco mayores, allá para los doce o catorce años, comenzábamos a realizar incursiones por la ciudad, hasta ese momento bajabas al centro con tus padres para ir al cine o  a comprar ropa o unos zapatos, pero ya mocetes, ibas acercándote, normalmente con los amigos de tu edad, a lo que era Oviedo desde tu visión del mundo.

Y Oviedo era un mundo especial, siendo como era una pequeña ciudad provinciana en la que se conocía casi todo el mundo, para un chaval de trece o quince años no dejaba de ser un universo desconocido y lleno de misterios, mucho más complejo que todo lo visto y vivido hasta ese momento.

Las primeras salidas de mocete solían ser al paseo, al importante acontecimiento social de  ¡El Paseo! El paseo tenía lugar todos los días por la acera izquierda de la calle Uría mirando desde la Estación de la RENFE. Sobre las siete y media de la tarde y hasta las nueve y media poco más o menos toda la mocedad de la ciudad se dedicaba a dar vueltas de punta a punta de la calle, en grupos de dos a seis personas, mirando los unos a los otros, diciéndose cosas chicos y chicas, metiendo mano al despiste en algún culo y tras el furtivo toqueteo el consabido tortazo que, evidentemente, nunca le caía al que había soltado la mano, si no al despistado que paseaba a su lado. Entonces pensaba que era un deporte practicado por todo el mundo, pero ahora me doy cuenta que probablemente fuera cosa de los gamberretes de barrio como éramos nosotros y utilizo el plural aunque yo siempre fui muy corto y creo que jamás toqué un culo a traición, pero procuraba andar listo y creo también que jamás llevé el guantazo que le tocaba al despistado.

También los cines eran una buena escusa para bajar a Oviedo, así como las primeras visitas a los bares y cafeterías que entonces comenzaban a instalarse en la ciudad, esas visitas solían justificarse con la compra de tabaco, ya que lo del fumar encerraba una importancia enorme. Nunca llegué a ser fumador, pero eso no fue obstáculo para que las primeras humaredas salieran de mis narices por aquellas fechas. Para aprender a fumar, aparte de la observación de los mayores, nos servían de enseñanza las películas de Holliwood y el que más y el que menos, imitaba las posturas con el pitillo de Humphrey Bogart o Glen Ford, o alguno de los gangsters que admirábamos en los cines. Lo del tabaco era uno de los pasos obligados que había que dar para alcanzar el status de los mayores. Lo mismo que sucede ahora, con la única diferencia de que ahora, con los medios de que se dispone, ya no solo es el tabaco, que también se valen los botellones y las pastillas y las demás sustancias que en aquel entonces ni soñábamos que existiesen por el mundo.

Al ir entrando en la vida ovetense, superado ya el cascarón del barrio fuimos olvidando, poco a poco, su sustancia. Comenzaron los trabajos o los estudios ya más serios y el barrio fue quedándose como el territorio de la niñez, el mundo mítico de los sueños y las aventuras, donde habíamos vivido nuestro bautizo como personas.

La vida, paulatinamente, se nos fue complicando a todos, algunos iniciaban una relación con alguna muchacha, a otros su trabajo no les dejaba la libertad de la que antes gozaban, a otros en fin, les empezó a parecer que el normal discurrir con los amigos era demasiado infantil y ya se distraían con otros objetivos de mayor envergadura. 

Más adelante llegaron las bodas, los hijos, los nietos y al fin nos encontramos aquí, escribiendo estas memorias del barrio y viendo desde la atalaya de los años el discurrir de la vida y contemplando como todo lo que nos pareció tan importante, como todos los afanes que pasamos y que en su momento nos parecieron cruciales, quedaron de tamaño reducido y que nuestros hijos y nietos están en la misma, con otros medios, envueltos en un mundo con la tecnología cibernética ocupando todos los espacios, pero con los mismos miedos y las mismas incertidumbres que nos despertaban temblando en las noches, en la oscuridad de aquellos años tenebrosos y que, a ellos, como a nosotros entonces, les toca sortear.

En fin, que la vida sigue, que a cada uno le toca torear con lo que le toca y que situados en lo alto en la cumbre de los años, no nos queda otro remedio que entonar el “que nos quiten lo bailao”

Y el barrio ahí sigue, con miles de personas nuevas ocupando sus calles, lleno con las voces de cincuenta países diferentes, pero que pasan las mismas angustias que nosotros pasamos en nuestro momento. A algunos les parecerá más moderno, más luminoso, más limpio. A mí lo que me parece es más ajeno, menos nuestro, pero, sobre todo, menos de nadie. 

Las gentes apenas se conocen, vecinos del mismo portal pasan años sin verse, los niños no juegan por la calle, las tiendas y los chigres, que eran los centros sociales, los núcleos donde palpitaba la vida, fueron sustituidos por los supermercados y las cafeterías totalmente impersonales. Nadie sabe de la vida de nadie y habrá quien piense que es mucho mejor.

Tengo dudas, sí que es verdad que no se meten en tu vida, pero a cambio de eso pagamos el precio de la soledad, el precio del olvido.

Es otra vida, otro mundo ¿Mejor? ¡Yo que sé!


Chuso y Milio’l del Nido

Comentarios